El conflicto representa un arma de dos filos que está presente en las relaciones humanas y su extensión es en todo el orbe. El conflicto se ha considerado como parte de la esencia humana ya que opera a través de la natural línea de la ley de los opuestos y toda la escala de matices existente entre cada uno de ellos. A lo que justo, siempre se contrastará con lo injusto, a lo bueno con lo malo, a lo funcional con lo inútil, a lo organizado con lo desorganizado y todo el universal etcétera.
 
Derivado de un mecanismo de defensa racional (defensa de la razón), el cual se comporta igual que un elemental instinto de protección  territorial, solo que esté proyectando por nuestro raciocinio, tiene como efecto que esta aversión a las visiones ajenas se convierta en un especie de necesidad de defender “nuestra razón y nuestra verdad”, de tal manera que tratamos de imponer al otro los fundamentos de nuestros modelos completos. Inconscientemente deseamos “cambiar el mundo” para que este se comporte como nosotros consideramos que es lo correcto.
 
Es entonces que, si pudiésemos tener la habilidad de ubicarnos en el punto de origen y ser observadores serenos y ecuánimes de la totalidad de cuanto está aconteciendo en nosotros mismos bajo el funcionamiento de nuestros modelos mentales y cómo se está produciendo cada emoción y el alineamiento integral de nuestros valores personales/foco atencional) y como el conjunto de todo esto nos impulsa a llegar a una conclusión anticipada, podríamos ser capaces de profundizar en esos impulsores y con ello tomar decisiones en dominio de nuestra congruencia y cuyos efectos nos apropiamos, es decir, hacernos responsables plenos de los efectos que generan las decisiones que tomamos.