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La frontera interior

Hemos estado demasiado tiempo sólo mirando hacia fuera y nos hemos perdido del maravilloso mundo o espectáculo del territorio interior. Esto ha propiciado que las soluciones a los problemas que ofrecemos al mundo se busquen nada más a través de los ojos que pueden mirar al mundo exterior, a la parte que nos muestran nuestros sentidos ordinarios, es por ello que hemos vivido en la parcialidad. La educación, como parte fundamental y plataforma de todo cambio, no sólo no es una excepción a este fenómeno. De hecho la educación ha sido el vehículo mediante el cual la conciencia se mira a sí misma, y al mantenerse dentro de la mirada parcial, únicamente se ha permitido establecer diagnósticos o lecturas más completas de la parte que mira.
 
Lo que ha quedado fuera de estas miradas, por ser materia de discusiones en creencia subjetivas, es la espiritualidad. Así es, el mundo interior, que se descubre con la mirada interior, representa el mundo del espíritu, de “lo no explicado”, lo que necesariamente sale del entendimiento que miran los sentidos ordinarios y que por ello se considera objetivo.

 Por supuesto esto tiene sus razones “bien fundadas”. Si René Descartes, Francis Bacon e Isaac Newton, en su calidad de monstruos-mentes pensantes, monumentos de la racionalidad, establecieron principios para un conocimiento provisto de coherencia racional mediante el cual se pueden explicar la mayor parte de los fenómenos mecánicos del mundo, la pregunta sería ¿qué más hay después de tan fundamentados principios?
 
Lo que existe es un mundo interior implicado, difícil de describir pero tan real o incluso más real que lo que llamamos realidad misma.
 
En este mundo reservado para nuestros momentos de reflexión o incluso, para cuando dejemos nuestra existencia ordinaria, se develan los secretos de los verdaderos propósitos de la vida. Incluso su sentido.
 
¿Para qué nos alejamos de él?
 
Y por lo pronto, solo llegamos hasta esta pregunta.